28.10.10

Como cuando eras pequeña, no te das cuenta de que tienes una herida hasta que la ves con tus propios ojos. Te caíste y te levantaste creyéndote inmortal, invulnerable, y de pronto alguien te grita: "¡eh! ¡te sangra la rodilla!" Y te das cuenta de que a ti también te pueden dañar, como ser de carne y hueso que eres.

Pero en el fondo te complace darte cuenta de la herida, porque eres capaz de reaccionar para curarla antes de que la sangre corra por tu piel y tu ropa, manchando todo de rojo carmín. Incluso te sientes orgullosa, días más tarde, de la cicatriz que queda en tu piel, tu propia "herida de guerra", porque te demuestra que saliste victoriosa de esa caída.

Me caeré muchas veces, me empujarán el doble, pero siempre, SIEMPRE, me levantaré.

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